DESPERTAR

Avanzo lentamente entre las ruinas. La luna brilla en el cielo, junto al horizonte. Estoy solo.

Tengo que andar con cuidado, en silencio. Si no, me encontrarán.

Los restos de una ciudad se extienden a mis pies. Aquí todo siempre es igual, entre las sombras. Nada se mueve, todo es calma. Las calles están vacías y oscuras, y los edificios se alzan hacia el cielo estrellado, muertos. Este es mi mundo, y nunca viene nadie. Sólo ellos.

A lo lejos, una luz atraviesa la noche. Está muy lejos, pero yo puedo verla. Sé de donde viene, he estado allí muchas veces. Hoy también volveré.

El camino es largo y monótono, la oscuridad sucede a la oscuridad. La luz ha desaparecido, pero pronto reaparece entre los tejados sombríos. Ya casi he llegado.

Es un edificio como todos los demás, frío y hueco. Nada lo distingue del resto. Pero un tenue resplandor se desliza a través de una de las ventanas, en el último piso. Lo miro y me invade una extraña agitación, como la primera vez.

La puerta es un hueco negro en los muros resquebrajados. Mis pasos resuenan distantes cuando entro. Al fondo, veo las escaleras.

Dejo atrás un piso, después otro y otro. Veo muchas puertas, pero tras ellas sólo hay estancias vacías y paredes blancas y desnudas. A través de las ventanas sin cristales veo la ciudad, que se extiende hasta donde alcanza la vista. Después, la luna.

Los escalones se acaban, la puerta está al final del pasillo. La luz se cuela por un fino resquicio. Una luz dorada y cálida, no fría y distante como la de las estrellas. La puerta negra desaparece un momento, el suelo tiembla.

Me detengo, inseguro. Me flaquean las fuerzas. Tengo que tranquilizarme, o me encontrarán. Están muy cerca.

Agarro el picaporte con fuerza, como si fuese a desvanecerse en cualquier momento. Trato de girarlo, pero está atascado. Cierro los ojos, y entonces estoy fuera.

En una barca, en mitad de la inmensidad del mar. El sol se oculta en el poniente, y el crepúsculo tiñe el cielo de rojo. Grandes nubes se deslizan en la lejanía, pero no hay viento. La voz de las aguas tranquilas es apenas un murmullo.

La puerta se desvanece, el tejido del mundo se rompe. Ya no recuerdo cuántas veces ha ocurrido lo mismo, y sin embargo, yo regreso, lo vuelvo a intentar. Porque tras ella se esconde un secreto, el secreto de mi mundo.

Es la primera vez que llego al mar, y no sé cómo volver a la ciudad en ruinas. Comienzo a remar con las manos, hacia ninguna parte. Hace calor, pero el agua está helada. Mire adonde mire, sólo veo el mar. Pasan las horas, pero no cae la noche. El sol sigue fijo en el horizonte, rojo y dorado.

Algo emerge de las aguas en la distancia, una isla. Estoy agotado y entumecido, y me dejo caer sobre la barca. El agua sigue hablando, pero no entiendo lo que dice. 

La barca choca contra algo duro. Alzo la cabeza, he llegado a la isla. Es muy pequeña y alcanzo a ver la orilla opuesta. Hay una puerta negra sobre la arena. El picaporte está atascado, pero lo rompo y se abre. Atravieso el marco, hacia la otra orilla. Pronto me canso de andar, no avanzo. Me doy la vuelta, y veo la barca, lejos.

Una figura negra la cruza, difusa y oscura. No me muevo, no puedo. La sombra llega junto a mí, se compacta y la oscuridad coagula.

Pero yo ya vuelo lejos, soy un pájaro. Eran ellos. Me han encontrado, me han seguido. Ahora tengo miedo, y he escapado. No sé adónde ir. El viento corta mi rostro, lo golpea. Paso junto a las nubes, gigantes grises. Y allí está la luna, mirándome desde el mar y el cielo.

Comienzo a caer. Veo a un hombre, abajo, muy abajo. Está tendido sobre una cama. Antes lo conocía, pero ya no sé quién es. Me siento triste. Parece muy débil y no se mueve, y no está dormido, ni muerto. Tiene los ojos cerrados. Él también me da miedo, como la puerta en el edificio hueco entre las ruinas. La puerta que tengo que abrir.

Estoy caminando sobre el mar. Veo la luna en el horizonte, y bajo ella la ciudad. El día y la noche se mezclan, sombras fugaces surcan los cielos. La oscuridad se agolpa a mi alrededor, se pega a mi cuerpo.

Me hundo, me estoy hundiendo. Trato de debatirme, pero es inútil. No puedo escapar de ellos. El océano negro me rodea, y quiero cerrar los ojos. Todo se ha acabado. El pecho me arde, respiro agua.

Ellos me están hablando. Yo no quiero escuchar, pero los oigo. La puerta está abierta.

Corro entre los edificios, ya no puedo detenerme. La luz refulge en todas las ventanas, como cientos, miles de soles muriendo a la vez. No hay frío en mi alma, hay fuego.

No encuentro la ventana con luz, la del pasillo oscuro y la puerta negra. Ahora todas son iguales. Estoy asustado, y entonces la veo, la única apagada. Me cubro la cara con las manos, el resplandor me quema los ojos. La puerta está al final del pasillo.

El mundo vuelve a temblar. No puedo fallar esta vez, es la última oportunidad. Ellos me han dejado marchar para que abra la puerta. Para que descubra el secreto.

Los edificios se desmoronan a través de las ventanas. Las luces brillan con más fuerza. El cielo es blanco, la luna ya no está.

Me apoyo en la puerta, exhausto. Se abre.

Hay alguien dentro, un niño. Yace sobre el suelo, quieto. Me acerco, lo toco. No está vivo, ni muerto, es como el hombre que yace. Entonces lo reconozco. Hacía mucho tiempo que no lo veía.

Soy yo.

Esta vez los he comprendido. He comprendido lo que querían decirme, aquellos de los que huía. El edificio se estremece. Levanto al niño y salgo de la habitación. Pesa muy poco, está muy débil.

Ellos me están esperando, y yo les espero a ellos. Las calles están desiertas, el mundo se derrumba.

Mi mundo, mi realidad. Pronto la dejaré atrás, para siempre.

Junto a la luna, más allá del horizonte, están ellos. He sido ciego, me he equivocado. No eran ellos quienes me perseguían, era yo quien los buscaba. No son varios, es uno solo.

Soy yo.

Las sombras me abrazan, abrazan al niño. Veo mi rostro en el cuerpo difuso, negro, que me hundió en el mar. Pero ahora dejo que me ahogue, que me cierre los ojos.

Para despertar. De mi realidad, de mis sueños. Para liberarme, de mi mundo terrible.

La luz comienza a disiparse. Empiezo a ver con claridad. Siento mi cuerpo, el dolor. Sé donde estoy, lo que me ha ocurrido.

Abro los ojos, por primera vez en mucho tiempo. 



 



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